Un viejo, Arnold, cuidaba un día de la Ermita. Ahí, había un crucifijo que era venerado con mucha devoción y que recibía el nombre de "Cristo de los favores", y con mucha razón. Todos iban a la Ermita a pedirle al Santo Cristo. Un día, el viejo Arnold quiso pedirle un pequeño favor. Se arrodillo frente al crucifijo y dijo:
- Oh, Señor, quiero padecer por ti. Permiteme ocupar tu puesto, reemplazarte en la cruz.
El crucificado movió los labios y le respondió:
+ Accederé a tu deseo, pero con una condición.
- ¿Cual condición sería esa Señor?
+ La condición es muy difícil.
- No importa mi Señor, estoy dispuesto a cumplirla, sea la que sea, con tu ayuda.
+ No importa que suceda, veas o escuches, siempre deberás guardar silencio.
- Te lo prometo mi Señor.
Hicieron el cambio, y nadie se dio cuenta. Un día llegó un rico a orar, y al finalizar dejó olvidada ahí su cartera. Arnold se dio cuenta, pero permaneció callado. Luego llegó un joven pobre, que tomó la cartera, pero tampoco dijo nada. Después de el, llegó otro joven a orar, y justo en ese momento llegó de nuevo el rico que había dejado olvidada la cartera. Cuando no la vio, culpó al muchacho, y con mucha rabia le dijo:
- ¡Dame la bolsa que me has robado!
+ Yo no he robado ninguna bolsa.
- Mi mientas, ¡devuélveme la bolsa en este momento!
+ Le repito, ¡yo no he tomado ninguna bolsa!
El rico arremetió contra el joven, y en ese momento Arnold lo detuvo:
- ¡Detente!, este joven no ha robado tu bolsa. No debes acusarlo sin tener pruebas.
El rico quedó anonadado y salió de la Ermita, al igual que el joven, pues tenía que hacer sus viaje. Cuando la Ermita quedó sola, Cristo le dijo a Arnold:
- Baja de la Cruz, no sirves para ocupar mi puesto. No has guardado silencio como te dije que hicieras.
+ Pero señor, no podía permitir tal injusticia.
- Tu no sabías lo que pasaba. Al rico le convenía perder ese dinero, ya que era el precio de la virginidad de una pequeña mujer. El pobre, a diferencia, tenía necesidad del dinero. Y el muchacho mal acusado iba a ser golpeado, sus heridas no le hubiesen permitido realizar el viaje que le resultará fatal. Tu no sabías nada, yo si sé. Por eso callo.
Moraleja: Dios no nos da lo que pedimos, sino lo que necesitamos. Dios solo tiene tres respuesta a tus peticiones: "Todavía no", "Te espera algo mejor", "Con gusto".